lunes, 21 de mayo de 2007
Björk
Una verdad incómoda, de las muchas que intentan describir el inasible trabajo de Bjork; escrita en la revista electrónica Stylus a propósito de su nuevo disco: "Björk ya no escribe canciones. Nadie tarareará 'Hope'. No puede recordarse la melodía de 'Pneumonia' ni 'I see who you are'. Lo que queda en la memoria son esquirlas tímbricas. Sus mejores discos se recuerdan sólo mientras uno está adentro de ellos. Una vez que se apagan, cuesta recordar por qué recién te hacían sentir tan frágil y vulnerable".
Es innegable que aquella islandesa medio cándida que hace catorce años encantó masas con el álbum Debut es hoy como la hermana menor y convencional de la artista que a partir del disco Homogenic (1997) ha expandido las formas de la canción pop en proporción directa a su admirable imaginación. No existe hoy otro cantautor solista que convierta como ella cada nueva edición en un acontecimiento cultural, de innegables efectos en el mundo plástico, visual y discográfico. Compararla con Madonna es como preferir el sushi occidental al japonés.
Ahora, tampoco este talento garantiza que sus álbumes sean aventuras siempre sencillas de emprender. Hay en la discografía de Björk grabaciones rarísimas (piénsese en el par de soundtracks editados bajo los títulos Selmasongs y Drawing restraint 9), y canciones que se han hecho famosas sin contar ni con un gancho mínimo de amabilidad radial. ¿Es Volta, también, parte del hemisferio menos terrenal de la islandesa? ¿Debemos asustarnos ante una cantautora que ha decidido fotografiarse en la carátula disfrazada como un tomate sicodélico?
La verdad es que no, aunque es importante insertar Volta en el camino sonoro que lo ha permitido. Björk viene de un disco, Medúlla (2004), levantado casi completamente a capella, y en el que, cansada del barroquismo instrumental de esfuerzos previos, había decidido experimentar con lo más desnudo que se le ocurrió: la voz humana. Desde esa lógica de despojo, su nuevo álbum podría parecer una negación: demasiada percusión, ruidos inidentificados por todos lados, agitación tímbrica constante.
Sin embargo, es esa construcción —con toda su sofisticación y casi insolente despliegue imaginativo— también un voto preferencial por lo básico. Lo que ha vuelto a hacer la islandesa es separarse de la búsqueda probablemente equivocada de la canción popular que hoy se cree "de vanguardia" para indagar en todo aquello que el pop casi nunca toma en cuenta. Convirtamos eso en una receta: nada de rock de guitarras, electrónica como medio y no como fin, hip-hop en dosis justa (el cacareado aporte de Timbaland fue muy menor), percusión africana tocada por africanos que viven en África (principalmente, el combo congolés Konono N°1), y voces expresivas a cargo de gente que merece con propiedad el calificativo de cantantes (hay dos temas con el siempre conmovedor Antony Hegarty, de Antony & The Johnsons). A veces, ("The dull flame of desire", "Earth intruders") esa combinación toma una forma más comprensible, cercana o radiable (la palabra 'convencional' simplemente no combina en ningún comentario sobre esta mujer). Otras, levanta un entarimado extraño en el que se cuelan sonidos de olas y sirenas de barco ("Wanderlust"), o esa suerte de marcha política futurista que es "Declare independence". En uno y otro caso, el auditor se asoma a un universo creativo brillante, del cual nadie curioso por los tiempos que corren puede elegir quedarse ajeno. El costo de un CD es un precio de entrada muy barato para tamaño despliegue de ideas.
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